Clara Coria

Arrugas más, arrugas menos ¿Cual es la clave?

Hay quienes sostienen, con una certeza a prueba de razones, que sin arrugas, las angustias no existen. Grande es el asombro cuando hay quienes se topan con quienes no las discriminan. Suelen ser aquellos que han comprobado que las angustias que expresan algunos rostros poco tienen que ver con las arrugas.

I: Las arrugas tienen mala prensa

Las arrugas, sobre todo las femeninas, son intensamente discriminadas en muchas poblaciones. No en todas. Se las acusa de ser responsables del paso del tiempo y sufren no pocos agravios. El terror comienza apenas asoman los primeros indicios y pareciera que el mayor pecado consiste en poner en evidencia que ya contamos con un pasado en nuestro haber. Lo que resulta paradójico es que suele tomarse como pérdida lo que en realidad es la prueba irrefutable de haber sido beneficiadas con un mayor capital de vida transitada. Esta inclinación a interpretar como resta lo que en realidad es una suma suele promover ingratas descalificaciones e incluso atropellos violentos con resultados no siempre satisfactorios.

¿Será que estos pliegues inocentes despiertan fantasmas frente a la incertidumbre del devenir? ¿Será que a los humanos les cuesta lidiar con las frustraciones que suele deparar la vida y buscan un responsable?

Hay quienes sostienen, con una certeza a prueba de razones, que sin arrugas, las angustias no existen. Grande es el asombro cuando hay quienes se topan con quienes no las discriminan. Suelen ser aquellos que han comprobado que las angustias que expresan algunos rostros poco tienen que ver con las arrugas. También hay quienes quieren creer que sin arrugas la juventud sería eterna, olvidando que no siempre la juventud fue una panacea de felicidad y armonía.

Creo que es posible afirmar, con poco margen de error, que lo que más las caracteriza es ser inofensivas. No alteran la salud, no lastiman, no generan infecciones y no son contagiosas. Tienen el desenfado de poner en evidencia que nuestra vida sigue danzando al ritmo del devenir. Sin embargo, suelen ser consideradas ciudadanas de segunda y obligadas a emigrar, con resultados no siempre favorables. Pero también hubieron quienes entendieron que el gusto por lo natural abre otros horizontes de comunicación, como lo hizo el diseñador español, Adolfo Domínguez cuando lanzó su célebre frase «la arruga es bella» para enamorar a la moda con su material favorito, el lino, allá por los años 80.

II: La condena es ser inoportunas, impúdicas y antieróticas

Se las considera inoportunas por el solo hecho de exhibir con desparpajo el paso del tiempo y se las trata como indeseables cargando con un desprecio similar al de la casta de los intocables. No deja de llamar la atención con qué tesón los humanos se resisten a aceptar que el tiempo es un espacio en perpetuo movimiento y que «lo único que permanece es el cambio».

¿Será tal vez por esta resistencia, que las arrugas cargan con la responsabilidad de anunciar que se avecina la madurez y con ella experiencias distintas a las anteriores?

Se las considera impúdicas porque exponen al desnudo —y sin vergüenza— las pasiones vividas, tanto las gozosas como las sufrientes. En ellas están grabadas todo tipo de experiencias. Desde dolores irremediables hasta orgasmos inolvidables. Con frecuencia, a muchas personas les pasa inadvertido que las arrugas hablan por sí solas de las emociones contenidas en ellas. La gran sorpresa suele ser descubrir que dichas arrugas son capaces de establecer diálogos sin palabras con personas totalmente desconocidas.

Se las acusa también de antieróticas porque no responden al mandato cultural de nuestra época que busca la excitación sexual en la tersura infantil y en la supuesta pureza de lo que no guarda vestigios. Probablemente esta sea una de las tantas ilusiones —ilusoria por cierto— con que los humanos pretenden alargar el tiempo más de lo que el tiempo ha decidido por sí mismo. Con esta pretensión se pierde más de lo que se gana porque el transcurrir temporal no es lineal sino circular y espiralado. Cada ciclo que culmina —y me niego a decir «termina»— ofrece otras aperturas para quien esté disponible a continuar la aventura de vivir. Y es aquí donde el patriarcado llega al colmo de la hipocresía convirtiendo a las arrugas —insisto—, fundamentalmente a las femeninas, en fantasmas antieróticos.

¿Será que lo indeseable e impúdico que se les atribuye a las arrugas femeninas es tener el atrevimiento de seguir acompañando un cuerpo que acumula años y continúa erotizado y anhelando placer sexual? ¿Será que el patriarcado sigue pretendiendo que la sexualidad femenina quede limitada a la procreación y a ser solo un objeto a consumir? Es bien sabido que parir no es el sumum del placer sexual. Así como tampoco lo es ser un objeto para el deseo ajeno. Es evidente que la intención del patriarcado, es erradicar las pretensiones de disfrute sexual en las mujeres. Sin duda, una estrategia de poder muy sutil.

III. La culpa no es de las arrugas sino de quien las alimenta

Las arrugas no tienen la culpa de la discriminación de que son objeto. A mi entender, la clave que perpetúa su discriminación tiene dos puntos de apoyo fundamentales. Uno es haber sido usadas como depositarias de uno de las grandes ambiciones humanas que es, la pretensión de eternidad. El otro es el uso que el patriarcado hace de ellas para marginar y descalificar al género femenino como sujeto deseante. El modelo patriarcal, como ya es sabido, impone códigos de belleza para satisfacción del imaginario masculino, que ubica a la mujer como objeto joven para ser expuesta y como reproductora para garantizar la trascendencia, bajo el poder masculino. Es un modelo que jerarquiza la juventud descalificando la madurez y enaltece la potencia de la fuerza sobre la potencia de la sabiduría. Este modelo instala una lucha de poder que se filtra al interior de cada subjetividad, sea tanto femenina como masculina. No son pocas las mujeres —y últimamente también los varones— que libran luchas internas hasta decidir qué hacer con las arrugas. Como si la felicidad dependiera realmente de eso inocentes pliegues.

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Para terminar voy a compartir un comentario que agradezco muchísimo, aunque desacuerde con el. Una mujer dijo: «Las arrugas son la grieta que separa la juventud de la vejez».

Mi manera de verlo es distinta. Creo que lo que realmente separa la juventud de los años posteriores, no son las arrugas sino la falta de entusiasmos. También creo que con las arrugas solo se puede hacer dos cosas: aceptarlas o combatirlas. Y la manera más eficiente de combatirlas es hacer de la edad un tiempo en busca de desafíos que despierten entusiasmos y nos llenen de excitación.

Arruga más, arruga menos, la eternidad es hoy.

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Psicología, dinero, poder,
amor y estudios de género

Clara Coria es

Psicóloga, investigadora de las problemáticas del dinero, 
el poder, el éxito, la negociación y el amor,
desde la perspectiva de género.

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