En tiempos de cuarentena la Queja se siente un tanto desorientada porque el responsable de sus malestares es un desconocido, inapresable y totalmente desconsiderado. Los reclamos se vuelven inoperantes. Resulta imposible demandar a un inapresable.
¿De qué quejarse? ¿A quién quejarse? ¿por qué quejarse? Son preguntas aparentemente simples que bajo su ropaje cotidiano encubren secretos profundos.
Resulta obvio responder la primera pregunta: la queja apunta a la pérdida de libertad, a la amenaza de finitud, a los malestares físicos de la caparazón que llamamos cuerpo. Pero si miramos en profundidad descubrimos que ese “qué” está dirigido a la soberbia humana de pretender controlar la vida, negar las vulnerabilidades y asumirse como dueño para conquistar, someter y acumular.
La segunda pregunta remite a un “otro”. Devela uno de los mecanismos más utilizados por los humanos para desentenderse de las propias responsabilidades. Consiste en “yo no fui” fueron “otros”. Son “otros” que parecieran estar fuera de alcance, los que ejercen poderes terrenales o extra-terrenales.
Es tal vez la tercera pregunta la que cala hondo, porque no son “los otros” quienes pueden hacerle frente al inapresable sino “todos nosotros”. Porque cada uno forma parte del todo. Porque requiere una tarea laboriosa para contribuir al cuidado del planeta, modificar las economías que perpetúan discriminaciones y recuperar el abrazo amoroso con nuestra Naturaleza.
Doña queja sigue haciéndose la distraída para evitar ponerse a trabajar en pos de otro futuro.
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