Despidiendo a un fantasma
El maldito COVID 19 tiene a Mara en cuarentena desde el mes de marzo. En general lo fue soportando bastante bien, con algunos momentos de hartazgo y malestares, pero no eran graves y sucedían de tanto en tanto. En la segunda semana de agosto, se quedó sin internet durante diez días. Vive sola y disponer de ese recurso durante la cuarentena le permitía, sobre todo por las noches, sentirse acompañada viendo algunas series y programas de TV. Inesperadamente, esa compañía se interrumpió y, por primera vez, después de casi 5 meses, se encontró con un nivel de angustia nunca vivido hasta el momento.
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Pero, la intensidad de esa angustia no podía justificarse por la simple interrupción de internet. Mara se puso a pensar en el origen profundo que estaba detrás. Descubrió que era un fantasma que ella había creído desterrar pero que aún seguía vivito y coleando. Un fantasma casi tan antiguo como ella misma que seguía alimentándose en las remotas aguas del pasado. Aún no había perdido sus malos hábitos y pretendía envolverla en una situación de vulnerabilidad extrema.
De repente, logró correr el telón y todo quedó claro. Se trataba de una vieja incógnita cuyo origen se remontaba al año y medio de su infancia… cuando su madre la tuvo que dejar al cuidado de una desconocida —en un lugar también desconocido— que para ella fue una situación inédita y crítica. Quedaba expuesta a lo imprevisto, sin referencias que la ayudaran a orientarse en lo nuevo. Desapareció el olor de su madre, la textura de su piel, la casa donde hasta ese momento había vivido y las personas que la habían rodeado. En síntesis, se esfumaban las referencias de orientación. El futuro se instalaba como una gran incertidumbre que la dejaba vulnerable… casi como en cuarentena.
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Indudablemente la falta de Internet en este momento jugó un papel clave para darle una oportunidad a ese antiguo fantasma adormecido. Se presentó enarbolando soledades, presagiando vulnerabilidad, creando incertidumbres y borrando de un plumazo la confianza en sí misma. Entonces entendió. Entendíó que ese viejo fantasma volvía a proyectar su película preferida. Que se aprovechaba de aquel momento de su infancia en que lo inédito del desprendimiento presagiaba soledades que instalaban vulnerabilidad. Era casi un calco de vivencias de la cuarentena donde solo tres palabras: inédito, soledad y vulnerabilidad condensaban temores de futuro.
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El fantasma intentó revivir de sus propias cenizas, pero esta vez perdió el rumbo. La falta de internet jugó a favor de Mara porque lo dejó a la intemperie y ahora es ella quien se ríe de sus mentiras insidiosas, porque, en realidad, nunca fue abandonada ni padeció soledades ni le faltaron recursos. Simplemente la cuidaron lo mejor que pudieron, con aciertos imposibles de vislumbrar en aquellos tiempos.
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¡Fantasma! ¡Ya eres un pobre fantasma inservible! —proclamó Mara— ¡No me seducen tus juegos. Están pasados de moda y son muy poco creativos. Llegó la hora de separarnos. ¡Estás despedido! ¡Para siempre!
Buenos Aires, 17 de agosto de 2020