La cuarentena instaló un aislamiento que impuso la renuncia al contacto corporal e hizo que la piel llorara ausencias. Es cierto que hubo aislamiento pero también es cierto que las conexiones fluyeron por todos lados. También es cierto que nos quitó libertades -lo cual es muy ingrato- pero también ofreció una oportunidad inesperada para descorrer telones, desprender máscaras y mostrar desnudeces. Las superficialidades quedaron expuestas en carne viva, los disfrutes sencillos que la vida ofrece recuperaron visibilidad y el sentido de una humanidad solidaria reclamó un lugar de reconocimiento. Las fortalezas y debilidades de las personas y del mundo quedaron expuestas sin maquillaje posible que las disimulara. Todo quedó al desnudo.
Lo inédito abrió un panorama inesperado. Hasta entonces, el Tiempo circulaba convertido en un transitar vertiginoso imponiéndose como recurso de poder al servicio de la producción —a cualquier costo— sin importar atropellos. Era un Tiempo que abrumaba, confundía y distraía de las necesidades genuinas. También engrosaba creencias ilusorias reclamándole garantías a la vida y pretendiendo controlar el futuro. Era un Tiempo vanidoso que maltrataba el devenir cotidiano en pos de un futuro competitivo e impredecible.
Pero algo cambió. El Tiempo en cuarentena hizo su entrada con otra identidad. Se instaló como Tiempo sin apremios portando consigo no pocas verdades y grandes sorpresas. Era un extraño desconocido para muchos. Quienes acostumbraban a vivir un ritmo programado el día se les hacía eterno y la noche lejana. Por el contrario hubieron quienes, inesperadamente, descubrían que el día se les iba de las manos. Ya no era el apuro por llegar para seguir andando. Era descubrir el placer de transitar un Tiempo palpable y visceral que permitía apoderarse del Ahora. Un Ahora casi siempre descalificado como recurso de bienestar en pos de alcanzar eternidades inexistentes.
Antes de la cuarentena anhelábamos un derrotero previsto y creíamos posible asegurar nuestro futuro negando la incertidumbre, que es lo único cierto. Ahora necesitamos poder querer lo que aún es incierto porque hay mucho por construir dentro y fuera de nosotros. Estoy convencida que debemos sacarle provecho a esta cuarentena inédita, para revisar el uso del Tiempo sin apremios y la capacidad para disfrutarlo. Animarnos a zambullirnos en nuestro propio adentro para escuchar sin tanto miedo a este nuevo Tiempo que guarda en su cuerpo de cristal, tan frágil, tan transparente y tan opaco a la vez, otras propuestas para un porvenir distinto, más respetuoso, más solidario y más responsable. Perdida en el silencio de mi balcón que mira hacia calles desiertas me atrapa una brisa de cambios y un deseo de protagonizarlos.
Publicado en la revista la Cuerda, miradas feministas de la realidad, Año XXII, Nº 220, Guatemala, mayo 2020.