A fondo: Clara Coria, Psicóloga
Poca democracia en las parejas
Buenos Aires, 12 de agosto de 2001
Por: Analía Roffo
«Es irresistible enamorarse de quien nos quiere tan bien como
para ayudar a nuestro desarrollo pleno»
Dice Clara Coria.
Las mujeres han hecho cambios importantes en las últimas décadas, que no fueron acompañados al mismo ritmo por los hombres. Esto hace persistir ideas falsas que conspiran contra la salud del amor. Hombres que buscan mujeres «modernas» pero reclaman luego roles tradicionales y mujeres que tratan a sus parejas como si fueran sus madres, porque han sido educadas en la idea de que sólo se es femenina si se actúa siempre maternalmente, son algunos de los síntomas que revelan funcionamientos poco satisfactorios e inequitativos. El análisis corresponde a la psicóloga Clara Coria, docente de posgrado en universidades nacionales y extranjeras, miembro de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo y autora de libros como El sexo oculto del dinero y El dinero en la pareja, de gran repercusión. Su último título, recién publicado, es El amor no es como nos contaron (Paidós).
-Hay una frase que se escucha, entre descriptiva y quejosa, entre las mujeres: «Ya no hay hombres». ¿Realmente ya no hay hombres dispuestos a armar parejas?
—Esa frase revela muchas cosas. Sobre todo, las dificultades que tienen los hombres para hacer los cambios que los tiempos actuales van obligando. Las mujeres se han independizado, han logrado ciertos grados de autonomía; se han acostumbrado a ser más respetadas, a no aguantar cualquier cosa por amor, ni con tal de estar acompañadas. Y me parece que los hombres no han sabido acompañar esos cambios. No dudo de que muchos hombres están confundidos: esperan tener mujeres «modernas», independientes, activas y que los acompañen en todas sus aventuras, pero siguen reclamando los roles de las mujeres tradicionales. Entonces, creo que una de las razones por las cuales las mujeres dicen, a veces, que no encuentran hombres, es porque los hombres que encuentran todavía están demasiado apegados a los roles tradicionales y, por lo tanto, a sus privilegios.
-Si hay privilegios, la pareja no es entonces un lugar de simetría ni de democracia.
—Nuestra sociedad, la judeocristiana —y le diría que la mayoría de las sociedades—, no está muy acostumbrada a modelos democráticos. Ni en la política, ni en la economía, ni en la religión, ni en el conocimiento. Y menos todavía en la familia y en la pareja. Los modelos democráticos escasean y cuando aparecen lo hacen más en la teoría que en la práctica. Muchas veces hemos visto varones que se consideraban progresistas y que adherían a modelos políticos más equitativos, que, cuando volvían a la casa, reclamaban de las mujeres roles tradicionales y se seguían colocando en el lugar de la autoridad.
-Si la pareja no suele ser democrática, tampoco es idílica e implica costos. ¿Cuáles debieran ser pagados y cuáles no?
—Hay que revisar los mitos que tenemos sobre el amor y que las mujeres tienen bastante más incorporados que los hombres. Las mujeres arrastran la tradición de que por amor se hace cualquier cosa; se es incondicional, se sostiene la carrera de otros, se toleran maltratos… Cuando uno pone en cuestión esos mitos, se atreve a revisar los costos. Un vínculo de subordinación de cualquier tipo —sea la mujer la que se subordine o sea el varón— propone un modelo muy deteriorante para el amor y para cualquier otro tipo de vínculo. Es un autoengaño creer que algunas cosas no tienen costos. Que aguantar no tiene costo, que el desarmar una pareja insalubre no tiene costos, que soportar maltratos o insatisfacciones no tiene costos. Como todo tiene costos, es importante decidir cuáles vamos a pagar y cuáles no, porque de pagar no zafamos.
-¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?
—Soy respetuosa de que cada uno entienda el amor como mejor le plazca. Le voy a decir cómo lo entiendo yo. El amor es un vínculo en el que uno y otro se ayudan mutuamente a desarrollarse con plenitud y libertad. Cuando uno encuentra a alguien con quien compartir la vida, que está dispuesto a apoyarnos en el mayor desarrollo que podamos hacer de nuestras propias potencialidades, y al mismo tiempo nosotras estamos dispuestas a apoyarlo en su crecimiento, si bien no hay nada garantizado, esa es una de las actitudes que consolidan el amor. Porque creo que es irresistible enamorarse de alguien que nos quiere tan bien como para ayudar al desarrollo pleno de nosotros mismos. Y esa actitud tiene que ver con la democracia.
-¿En qué sentido?
—En que tiene que ver con que en la pareja no haya jerarquías y que puedan realmente compartirse las cosas gratas y las ingratas. Algunas tradiciones religiosas sostienen que el vínculo de pareja es para compartir para bien y para mal, pero en la práctica no se cumple. Fíjese que todavía muchos creen que el deber de la mujer es complacer sexualmente al varón, sin que cuente el placer de la mujer. Todas estas asimetrías producen los costos por los que usted preguntaba. Los costos más insalubres aparecen cuando las personas tienen que renunciar a ser ellas mismas para acomodarse exclusivamente a la necesidad o al deseo del otro. Sea ese otro una pareja amorosa, un hijo, un compañero de trabajo, o quien fuere. Creo que cuando uno realmente se pone a merced del otro, se instala en un lugar de tanto deterioro que es indigno para consigo mismo.
-Pese a tantos cambios en la condición de la mujer, ¿no persiste una educación que la estimula a adaptarse a las necesidades de otros?
—Por supuesto. Es lo que yo llamo venir provista del «soft maternal». Se trata de un problema muy grave que consiste en insistir en que una mujer, para ser bien femenina, debe ser toda una madre. Y que, cuanto más maternal sea —es decir, incondicional, abnegada y altruista—, más femenina resulta. Esto ha sido apoyado desde nuestras religiones judeocristianas, desde la ley romana y desde, fundamentalmente, el patriarcado. Todos se equivocaban, porque confundían la maternidad biológica con la función maternal. Así terminaron encarcelando a las mujeres, haciéndoles creer que solamente serán buenas personas y femeninas si son muy maternales.
-¿Qué consecuencias trae el confundir la maternidad biológica con la función maternal?
—Hasta ahora somos las mujeres las que parimos y las que damos de mamar. Hasta ahí llega lo biológico. Pero nada más. La función maternal no tiene que ver sólo con parir y con dar de mamar, sino con dar afecto, ser continente, cuidar a los retoños. Y eso lo puede hacer tanto un hombre como una mujer, porque está perfectamente capacitado para hacerlo. Esos hombres que se animan y se conectan con su capacidad de ternura y de continencia hacen mucho más plena su vida. Pero creo que esta confusión no es ingenua. Encierra una ideología tendenciosa para seguir manteniendo a la mujer prisionera de los roles maternales. Esta conducta termina transmitiéndose a la pareja, y las mujeres siguen cuidando a sus parejas como si fueran sus hijos.
-¿Hay una transformación del deseo entonces? Porque los hombres tienden a buscar mujeres atractivas y seductoras para armar parejas, pero después esperan que actúen como si fueran sus mamás.
—En principio, estamos todos demasiado influidos por el modelo que nos indica qué es ser seductor y atractivo tanto en el hombre como en la mujer. A los hombres les venden el producto que indica que la mujer tiene que ser joven y sexy, y después, maternal. Y a las mujeres les venden el producto que prescribe que el hombre tiene que ser siempre protector, siempre potente y sin fragilidades. Ambas cosas son mentiras. Porque, tanto entre las mujeres como en los varones, hay gente capaz de proteger y gente que no lo es. Sin duda, hay que revisar el modelo. Este es particularmente dañino porque con él buscan enseñarnos que el otro es un objeto, no un sujeto. Entonces, los varones buscan en las mujeres un objeto con el cual lucirse. Y las mujeres también terminan tomando a los varones como objetos para que las protejan. Esto ocurre porque el concepto de amor que circula no es ni solidario, ni ecuánime, ni toma al hombre y a la mujer como sujetos.
-Hay otra idea que circula y que supone que armar una pareja es encontrar a aquella persona que nos completa.
—Encontrar «la media naranja» —esa idea de que uno va a estar feliz cuando encuentre quien nos complete— es otro mito tan frecuente como perjudicial. Nadie nos completa. Nos completamos nosotros mismos cuando desarrollamos lo mejor que podemos nuestras potencialidades. Aquí hay otra trampa, porque cuando las mujeres buscan su «media naranja» y creen encontrarla cuando encuentran un hombre con quien tienen afinidades afectivas, sexuales, éticas, etcétera, lo que hacen es colocarse alrededor del eje de él. Con lo cual, haber conseguido la «media naranja» es adosarse a otro para seguir a su sombra.
-¿Los hombres tienden a caer en la misma trampa?
—No. Cuando los hombres encuentran aquella mujer que creen que es su «media naranja» lo que hacen es defender su eje propio, sus proyectos propios, y generalmente logran instalar a la mujer alrededor de su eje. En definitiva, para unos y otras «la media naranja» es una mentira, porque la pareja no es una unidad. La pareja son dos personas, dos sujetos; cada uno tiene su propio eje y su singularidad.
-¿Cuál sería una receta entonces para una buena pareja?
—No hay recetas, sino buenos requisitos iniciales. Una pareja es satisfactoria cuando entre esas dos diferentes personas y diferentes subjetividades disfrutan en conjunto lo que tienen afín y negocian saludablemente lo que tienen de diferente de una manera equitativa.
-¿Le pedimos demasiadas cosas al amor, como si ese sentimiento por la otra persona tuviera que llenar todas nuestras insatisfacciones y nuestras «incompletudes»?
—Sí, pedimos demasiadas cosas, sobre todo las mujeres. Y esa es otra trampa. A las mujeres la cultura les hace creer que lo único que da sentido a su vida es el amor. Cuando para cualquier ser humano lo que da sentido a su vida son todos los proyectos que puede desear y llevar adelante. El amor es uno de ellos, no el único. Si es posible tener amor, eso es muy bueno. Si es posible disfrutar de una familia, también. Como también es importante, saludable y enriquecedor desarrollar una actividad laboral en la que podamos crecer y ser creativos. El amor no es la única fuente ni el único motor de una vida plena. Es curioso: a las mujeres les hacen creer que el amor es su única fuente, como a los hombres les dicen que lo único clave en sus vidas es el trabajo.
-¿Otro mito?
—Sí, y otro peligro. Porque, si las mujeres terminan creyendo que su vida sólo tiene sentido cuando son amadas, apenas dejan de serlo se derrumban, porque creen que la vida ya no tiene sentido. Es una percepción equivocada, porque creen que el amor lo provee el otro, cuando el amor está en cada uno de nosotros mismos. Una vez, una mujer recién separada me dijo: «Si yo me asocio con otro para hacer una empresa, y en algún momento nos separamos, el otro se lleva su parte y yo me quedo con la mía. Lo mismo pasa en el amor. Si una relación amorosa se termina, el otro no se lleva mi amor, se lleva sólo la parte que a él le toca, y yo me quedo con la mía». Es así: nadie pierde nunca su capacidad de seguir amando.
Copyright Clarín, 2001.