«Nos han hecho creer que la maternidad es un rol vitalicio»

Publicado el Feb 27, 2005

Clarín.com

27 de febrero de 2005
Por: Analía Roffo

©foto: Graciela Menacho

Mandato. «las mujeres hemos sido educadas como satélites del deseo ajeno. tenemos muy poca practica en descubrir y legitimar los propios», dice Coria. 

-Hace tiempo, el escritor Norman Mailer dijo, hablando específicamente sobre hombres, que «debían crecer o pagar más por seguir siendo los mismos». Hablemos ahora de mujeres: si no crecen, si no cambian, ¿los costos que pagan también son altos?

—Hombres y mujeres pagamos costos altos cuando insistimos en mantener esquemas de funcionamiento que nos tienen atrapados y que en el fondo son muy insatisfactorios. En la edad media de la vida (de los 50 a los 60 años) hay muchas cosas que cambian para unos y otras. Pero las mujeres arrastramos ciertos condicionamientos de género que nos hacen más difícil producir cambios saludables.

-¿A qué se refiere?

—La vida es cambio permanente, eso no es ninguna novedad. Pero para poder enfrentar los cambios, es necesario hacer desprendimientos; si uno no suelta lo anterior, es imposible tomar lo que sigue. Insisto en que es difícil a veces para las mujeres hacer ciertos cambios porque seguimos muy condicionadas por algunos roles, imágenes y prejuicios que tenemos incorporados.

-¿De qué tendríamos que desprendernos para hacer cambios saludables?

—Hay cambios que se nos imponen. Frente a ellos, hay dos grandes actitudes: o uno se somete o se convierte en protagonista de los cambios.

-Prefiero la segunda opción. ¿Cómo se hace?

—Hay que montarse en los cambios, aliarse con ellos y manejar las riendas en los aspectos en que se pueda. La edad media de la vida suele coincidir con que los hijos han crecido y, como corresponde para hijos que han hecho un buen desarrollo, levantan vuelo y hacen su propia vida. Se producen entonces muchos espacios vacíos, que estuvieron anteriormente demasiado ocupados con la crianza. Uno de los obstáculos que veo para poder protagonizar cambios es que las mujeres en general hemos crecido en una sociedad en la que nos han hecho creer que la maternidad se ejerce como un rol vitalicio. Eso es terriblemente perjudicial.

-¿Por qué?

—Aclaremos algo: cuando una es madre, lo es de por vida. Pero eso no significa que una tenga que seguir funcionando en un rol maternal de por vida. Porque tanto el rol materno como el paterno están destinados a criar la prole para que pueda adquirir recursos propios, para que aprenda a conectarse afectivamente con el mundo y para que aprenda a tener buenos intercambios sociales. ¿Cuánto lleva eso? Digamos, como mucho, veinte años. Porque como madre y como padre, podemos enseñar cosas hasta los diez, quince años. Luego, para bien y para mal, ya les transmitimos todo lo que pudimos. Seguir con el rol materno vitalicio es seguir sosteniendo una situación de dependencia a ambas puntas.

-¿Usted está segura de que eso perjudica a las madres y también a los hijos?

—Claro, porque también esperamos que cuando los hijos crezcan, sigan funcionando como pequeños que cubren ciertos espacios. Cuando los hijos son grandes se convierten en hombres y en mujeres. Y las madres tenemos que aprender a desprendernos de los hijos niños y niñas que tuvimos para conectarnos con esos hombres y mujeres que son los hijos adultos. Eso nos hace también desprendernos de una actitud incondicional a ultranza para establecer un vínculo de más reciprocidad adulta.

-Pero para muchas mujeres —aun para las que tienen desarrollo profesional—, ese rol central en la casa, con los hijos alrededor, es primordial.

—Precisamente, otra necesidad para hacer cambios saludables es desprendernos del protagonismo basado en ser el centro del escenario alrededor de la prole.

-¿Usted habla de poder ser protagonista de una obra en otro escenario, con otro argumento?

—Es que una obra baja de cartel y todos los actores quedan en libertad para hacer otras obras y jugar otros papeles.

-¿Y eso no da miedo?

—¡Seguro que hay riesgos y miedos! Porque cuando los hijos se van, quedamos a solas con la pareja. Esto nos lleva a otro desprendimiento necesario, que es el de la imagen ilusoria que teníamos de la pareja para establecer otro vínculo, en donde podamos aceptar al otro como es y respetarnos a nosotras como somos. Esto suele ser más difícil para las mujeres que para los varones porque las mujeres hemos sido educadas como satélites del deseo ajeno. Es decir, para aprender a descifrar los deseos de los otros y tratar de satisfacerlos. Tenemos poca práctica en descubrir nuestros propios deseos y cuando los descubrimos, tenemos dificultades para legitimarlos. Una vez, una mujer me dijo una frase genial por lo reveladora: «Es tanto lo incorporado como obvio, que a una se le confunde con el deseo propio. Terminamos deseando aquello que los otros quieren que hagamos».

-¿Los hombres saben acompañar los cimbronazos de la mediana edad de las mujeres?

—A los hombres también les afecta cuando los hijos crecen y se van, pero no quedan prisioneros de ese escenario. Sienten que hay un vacío y tratan de ver cómo lo pueden reacomodar. Y generalmente lo hacen bastante bien; sobre todo porque las mujeres se ocupan de llenarles los espacios. Pero los hijos no eran el eje central de sus vidas ni lo que definía su identidad. Por eso es que no pueden acompañar mucho a las mujeres porque no entienden realmente qué les pasa. Y tienen motivos para no entender. Porque ellos siguen teniendo su mundo interno organizado, con intereses múltiples.

-Parece mucha la energía que se necesita para impulsar los desprendimientos que usted pide. ¿La etapa de los 50 a los 60 es la más difícil para las mujeres?

—Por lo que estoy viendo, todas las etapas son hoy difíciles para las mujeres. A los veinte cuesta, a los treinta cuesta, a los cuarenta cuesta… La diferencia que yo marcaría es que, de los cincuenta en adelante, se toma conciencia de la finitud del tiempo. Antes de eso, intelectualmente lo sabemos, pero en el fondo no lo creemos. Y además, realmente, una se da cuenta de cuántos condicionamientos han influido en nuestras vidas, y advertimos que ya no estamos tan dispuestas a seguir subordinándonos a ellos. Pero no siempre tenemos los recursos para enfrentarlos.

-¿Por qué el escenario sería también complicado para las mujeres más jóvenes? ¿No tienen una imagen menos rígida del rol materno?

—Hoy hay mujeres de treinta y tantos que no han tenido hijos y que piensan que les gustaría tenerlos, pero que hasta ahora no han sido madres porque se han permitido el seguir siendo libres. No como la mayoría de las que ahora tenemos sesenta años, que ni lo pensábamos: a determinada edad había que tener hijos y una los tenía. Creo que los teníamos de inconscientes y después nos poníamos contentas de haberlos tenido. Hicimos lo mejor que pudimos; a veces bien, a veces mal. Muchas de las jóvenes actuales han hecho uso de las libertades que las predecesoras les habilitamos. Al llegar a los treinta y pico, las mujeres hoy toman conciencia de la enorme energía que significa parir un hijo y criarlo. No sólo de lo complicado que es, sino de cuántas libertades quita, y cuántas cosas se pierden y cambian. La ambivalencia es mucho mayor y todas son conscientes de esto. Por eso los debates internos y con la pareja las sensibilizan tanto.

-La clave sería entonces poder descubrir, en cada etapa de la vida, qué decisión nos resultará menos costosa, ¿no cree?

—Todo es costoso. Hay un error en creer que hay cosas menos costosas que otras. Lo que cada persona tiene que evaluar es qué es lo menos oneroso para ella: tener hijos, decidir no tenerlos, seguir adelante con una pareja, ponerle fin, buscar éxito en el trabajo, preferir un desempeño menos exigente… En lugar de «costoso», le propongo otro adjetivo: «laborioso», quizá menos cruento. Es más laborioso tratar de resolver los conflictos de la vida, de la misma manera que es más laboriosa la democracia. La guerra es mucho menos laboriosa, pero son muchos más los que pierden que los que ganan. Piense en otra imagen: la de un malabarista. Es saludable estar haciendo malabares en varios escenarios a la vez. Uno intenta no perderse nada de la vida y no congelarse en un solo rol protagónico.

Responder

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *